jueves, 2 de diciembre de 2010

Tecocuahuitl, Árbol Divino

En el ombligo de la luna se mezclaron trozos de madera, plumas, sangre, saliva, lágrimas, risas, semen y semilla, de ahí brotó un ser mitad algo y mitad otra cosa al que llamaron Tecocuahuitl, un tronco alado con pies y ojos que crecía en una selva de concreto. Al ser usado como columpio fue roto por primera vez, por segunda cuando se semidesmembró su familia, dos semanas en coma fueron suficientes para mirar por la ventana grande y meditar lo que pasaría, en vez de aventarse prefirió ser ingobernable, en medio del caos y el fuego tomó la decisión de ir al norte, agarró sus chivas y se encaminó al lugar de los sueños, Ciudad Embudo, el trayecto duró seis años.

Tras ser aceptado por los nativos del lugar recibió el derecho a desarrollar el plumaje en un ritual de luces rojas y música ensordecedoramente bella, se consagró ante la No-Virgen María y emprendió el vuelo hacia los nopales en busca de corazones, ahí se deleitó entre las tunas, se espinó el sexo y se dejó el ser-corazón en pedazos. Fue destrozado, su madera se usó como puertas, sus alas para limpiar cabezas de puntas de alfileres; quedando sólo pies y ojos emprendió una nueva caminata con el fin de observar y aprender como se siembra y se construye, como se abandona y se destruye. En medio de una tormenta ajena, Tecocuahuitl cobró fuerzas para andar otra búsqueda incansable de lo que perdió, recorrió el mar y la luna, se arrojó al vacío, subió la montaña, vio la muerte y olió la sangre.

El olor rojo lo impulsó entre los océanos a recolectar lo que no conoce y expandirse ante la naturaleza del viaje nómada, estuvo unos meses recolectando semillas de convicción y voluntad para creer en sí mismo y construir realidades. Sabía que no sería fácil y que no había vuelta atrás, se tragó las semillas y le surgió el impulso de dar un descanso al pesado vuelo, paseando una noche entre gente amarilla y roja se encontró una casa en forma de capilla, un Laboratorio, entró.

viernes, 26 de marzo de 2010

Así, tras 26 cortos-largos años

Desde que nací tengo una semilla en el vientre, cuando empezó a germinar me movia las entrañas y me volvía vísceral, después me llegó al pecho, no me dejaba respirar y no les cuento lo que le hacía a mi corazón por que no acabaría nunca, ahora salen de mis orejas y nariz miles de ramas que podo cuidadosamente, pero no sé donde plantar todos esos nuevos brotes.